La globalización es un fenómeno económico, social y cultural
ya nos los demostró Edward Said: la literatura puede ser un instrumento de
emancipación como lo ha sido de dominación. A propósito de ello, me parece
significativo que se estén tocando ciertos temas cruciales para nuestros países
a partir del debate que se ha venido dando desde las teorías poscoloniales y de
la subalternidad, así llamadas, y que pueden ser abordadas a partir de la
literatura en el ámbito latinoamericano, como parte importante de la cultura
universal.
Estamos inmersos dentro de un meollo económico
desproporcionado y todo se ha convertido en una cruzada por el poder y el
bienestar material. Pero las coyunturas ofrecen ciertas oportunidades que
pudieran ser provechosas para vislumbrar el rumbo, y justo en los intersticios
que dejan los problemas de la globalización, creo imprescindible analizar el
papel que cumple la literatura dentro de este vendaval, tomando en cuenta su
poder inmanente. Mucho se ha dicho del papel que juega la literatura acerca de
su supuesta condición ideologizante, no obstante, la literatura no es para
hacer milagros que propicien cambios, pero sí hay cierto compromiso ético, no
sólo estético, en cuanto al tema de la condición humana. Por ello la literatura
debe permanecer comprometida con el quehacer humano, no sólo como denuncia sino
con nuevas propuestas que permitan su independencia, por ser parte de la
cultura y reflejo propio de la manifestación de los pueblos. Sin embargo,
nuestra literatura ha estado sometida bajo la dominación de los centros de
poder, y eso implica que antes debería independizarse ella misma.